La temporada 2 de Por Trece Razones es realmente dura. Sobre todo los últimos episodios. Hay un par de escenas en las que no pude mirar la pantalla. Tal cual. Impactante, reflexiva y dolorosa. Es una ficción de matrícula, pero no apta para todos los públicos.

Aunque la primera mitad no aporta demasiado al espectador en cuanto a tramas, a partir del episodio 6 la cosa cambia. Y mucho. He sufrido por algunos personajes y me he desesperado con otros. He sentido tristeza, impotencia y rabia. Pero insisto: no es una serie para todos los públicos.

Al no responder ante una novela, como sí ocurría con la primera temporada, los guionistas han introducido cambios y detalles que ponen en peligro la coherencia de la historia ya contada, aunque siempre reconducen el guion para que todo cuadre con lo anteriormente narrado. Pero no nos engañemos: hay añadidos que se ven metidos con calzador.

En esta temporada seguimos conociendo a Hannah, que regresa a la ficción de una manera inesperada y, para algunos, innecesaria. El personaje muestra comportamientos que no esperamos, aprendemos cosas de su historia que no había contado; en toda narración hay varias versiones.

Algunas escenas pueden herir la sensibilidad del espectador. Abuso de drogas, agresión sexual, violencia física, etc. Por Trece Razones es dura, extremadamente dura, eso es un arma de doble filo; hay quien necesita ver esta serie y quien no debería visionarla sin supervisión.

¿La recomiendo? Sin duda, pero si estás pasando por alguna situación personal semejante a la de Hannah, Jessica o Tyler, recomiendo verla bajo la supervisión de un adulto y, sobre todo, pedir ayudar, porque si algo nos enseña esta serie es que, pese a que las cosas no siempre sean justas, debemos buscar apoyo y luchar para que esta sociedad sea un poco más justa y mejor.

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